(Cuento) Fernando Andrade Ruiz

Qué raro: en medio de esta soledad insoportable, me han dado ganas de escribir. Entonces, ¡decido hacerlo! y no habrá fuerza en el mundo que me lo impida. Escribiré bien, porque yo fui a la escuela y tengo aptitudes. Ya sé que muchos de mis opositores decían que todo me lo hacían, que no tenía ideas propias. ¡Imbéciles! Si supieran que yo solito he redactado memorándums, resoluciones, decretos y hasta leyes que aprobaba el Congreso. Claro que eso no reflejaba mi personalidad ¿o sí? No importa.

Ahora quiero escribir algo muy mío para que la gente me conozca de verdad y así se enriquezca la historia, ya que no es poca cosa que un niño campesino y pobre haya llegado a ser Presidente de Estado. Mi familia humilde, mi pueblo olvidado, mi modesta escuela, ahora ya tienen fama y pueden mostrar con orgullo mis fotos, mis trofeos, mi museo y decir que los salvé y que fui el único que se mantuvo en el poder durante 14 años, pese a los permanentes ataques de los “k’aras” odiadores, del imperialismo yanqui y de tantos angurrientos por quitarme el poder. ¡Ah!, pero no podrán evitar mi regreso: ¡eso es lo que el pueblo anhela!

Incluso podía haberme quedado más tiempo, si esos cuatro señoritos, pagados por el FMI, no me hubiesen obligado a renunciar. Que lo hice “por cobardía” dijeron algunos estúpidos que recordaban lo que yo siempre decía: “patria o muerte”. No les di el gusto: ¡la patria me necesita vivo! Y ahorita mismo me estoy sacrificando sólo por ella para poder volver y ponerla en orden otra vez. Mientras tanto, en el silencio y en la soledad de este exilio, quiero contar al mundo quién soy, cómo soy, qué pienso, qué siento.

¡Aunque no!, sería perder tiempo. Todo sobre mí ya está dicho. Mi vida entera fue destacada en periódicos, libros, programas de televisión, de radio, películas, documentales y hasta en el museo que hicieron en mi honor. Quien quiera profundizar sobre mis logros, que estudie todo aquello, pero que lo haga con cuidado ya que algunos también divulgaron mentiras obedeciendo ambiciones del neoliberalismo. Sin embargo, la buena y auténtica historia ya está rescatando mi aporte, que es mucho más valioso que las “pititas” de bloqueo que pusieron en las calles esos pocos golpistas para terminar con mi gran proceso de cambio. Pero se arrepentirán, se humillarán, tendrán que pedirme perdón. Ya me encargaré de eso.

Entonces, ¿de qué escribo? Tengo muchas horas disponibles. Estoy habituado a levantarme a las cinco de la mañana, ya que a esa hora comenzaba mi actividad, subiéndome a mi helicóptero o a mi avión para llegar a concentraciones, asambleas, marchas, con muchos compañeros que me alzaban en hombros, me vitoreaban, me aclamaban… qué placentero era todo aquello, parece que me acostumbré.  Por eso me molesta esta pasividad y esta falta de gente a mi alrededor, lo que me obliga a dar instrucciones mediante este aparatito que está resultando ser un fiel compañero.

¡Ya! Aunque sea una página. Es mi desafío y no voy a perder en esta lucha ridícula, yo que nunca perdí. Me sentiría muy mal ¡ay Dios! (¿escribí Dios?), si me levanto de esta mesa sin haber dejado algo registrado para la posteridad.

A ratos escucho música. ¿Qué me gusta?  Bandas interpretando morenadas y diabladas Yo fui buen trompetista, igual que futbolista, bailarín; a lo que me metí, lo hice bien. Nunca fracasé. Si tuviese aquí una trompeta… ¿y si la pido? Seguro se opondría ese encargado de mi seguridad, ¡afeminado de mierda!, reptil como todos y que tanto cuida sus horarios: “señor: ya está su comida en el comedor”, es todo lo que sabe decir, y yo sin poder reñirlo, sin poder mandarlo: “oye boludito ¿no sabes con quién estás tratando?  Debes aprender que aquí se hace lo que yo digo; me vas a preguntar qué y a qué hora quiero comer. No te necesito porque incluso si me enfermo, hago traer médicos y enfermeras, les pago y ya está. Así que mejor no te hagas el importante ¡y quiero que me traigas de inmediato una trompeta! y ¡también una quinceañera”!

Es que esa es la única manera para que los individuos funcionen, difícil que puedan actuar por iniciativa propia. Necesitan y hasta piden que se les ayude, que se les muestre el camino, que se les haga ver cuáles son las soluciones y quiénes son los enemigos.

Sólo eso hice desde mi palacio, mejor dicho, desde la Casa del Pueblo. Encontré muy mal parado al país: débil, extraviado, confundido, ignorante. ¡Pero pude sacarlo del lodo carajo! aunque algunos “culitos blancos” todavía no reconocen, ni agradecen.

Pero ya retornarán las buenas épocas. Pasará esta soledad que también la padecieron otros grandes hombres en la historia de la Humanidad. Es cuestión de paciencia; sólo esperar que los golpistas se desgasten, mis bases actúen y entonces mi regreso estará asegurado. Debo concentrarme sólo en esto.

Es lógico que me indisponga una situación así, porque nunca conocí la soledad; siempre estuve rodeado de todo tipo de personas: mi pueblo, mi fútbol, mi banda y después mis movimientos sociales, mis ministros, mis parlamentarios, la plana mayor de mi partido, gente, mucha gente en torno mío. Ni en la cama estuve sólo; nunca me fue difícil tratar con ellas, sólo hay que saber cómo manejarlas. Sí, sí, fueron muchas, pero pasajeras: “ahora tengo que hacer cosas importantes ¿ya mamita?, que te vaya bien, te cuidas mi amor”. Quizá a ella la quise un poco y me fue útil, pero no podía renunciar a mí mismo por estar a su lado: la patria me lo hubiese demandado.

¿Será que recibí algo de los demás? ¿Que algo les debo? Creo que no, ya que todo lo conseguí con mi propio esfuerzo, capacidad, voluntad y el carisma que algunos tenemos.

¿Me dieron ideas? Tampoco, pues desde que recuerdo yo siempre tuve las mías: sindicalismo, pachamama, anti-colonialismo, kawsachun coca, anti-imperialismo, discriminación, revolución, “patria o muerte”, lucha de clases, guerra de posiciones, ¡ah sí!: también democracia, consenso, diálogo y esas cosas.

Todo aquello apliqué bajo mi consigna “mandar obedeciendo”, pese a que la ciudadanía generalmente no sabe lo que quiere, y a pesar también de que algunos sectores sociales querían que haga lo que ellos pedían, pero era mejor no escucharlos para no arriesgar mi poder.

Era increíble cómo actuaban esos K’aras a los que sigo aborreciendo con todas mis fuerzas. Amenazaban por todo lado y hasta a la hoja sagrada llegaron a mancillarla diciendo que era para la droga y el narcotráfico.  Tenía que estar siempre atento a sus conspiraciones, dormir con un ojo abierto.  Día y noche boicoteando, atacando por debajo, mintiendo; obsesionados por arrebatar mi poder. Hasta al periodismo lo manejaban a su gusto; por eso yo no aceptaba entrevistas para no tener que dar explicaciones sujetas a interpretaciones interesadas. Hay que tener habilidad ante la prensa y ante todos quienes agreden de palabra o de hecho. ¿Qué querían que hiciera? ¿Que me dejase manejar? ¿Qué no me defendiera? Tenía que reaccionar rápido para no sufrir sus abusos. La verdad es que no me arrepiento de nada. Fueron ellos los que jodían. Ja, ja, pero no pudieron conmigo. Ni podrán.

Sin embargo, he de reconocer, sinceramente, que el peligro no sólo venía de esos “vende-patria”. Había que desconfiar de todos, de todos, incluso de quienes me rodeaban con sus adulaciones.  Yo me daba perfecta cuenta de ese servilismo y lo aceptaba porque lo comprendía perfectamente: ¿qué eran ellos sin mí?  Obedecían por conveniencia, por interés, por dinero, por tener alguna cuota de poder; pero ni así se podía confiar. Al final, todos fueron unos imbéciles, unos inútiles: “no te preocupes hermano Presidente, todo está asegurado, ganaremos las elecciones tranquilamente”. Por eso ahora les toca reivindicarse; ya llegará el momento en que podré encararlos y reñirlos sin piedad por haberme perjudicado.

En definitiva, siento que unos y otros me deben mucho. Yo era (¿soy?) quien daba sentido a sus vidas, ya sea para que me  apoyen o para que me ataquen. Ahora el país ha quedado desconcertado sin mí: lo veo confundido, triste, defraudado con ese gobierno corrupto. Bien merecido lo tienen, por no haber sabido cuidarme.

Recuerdo que alguien me dijo alguna vez que mi poder venía de los demás. ¿Qué significa eso? ¿Que soy yo quien los necesita? ¡Huevadas! ¡Sucedía al revés! No había ni hay otros líderes en el país.

¡Ajj!, pero ahora siento que los estoy necesitando en medio de esta soledad deprimente.  Es como que me hicieran falta las reuniones, las estrategias, las órdenes, las inauguraciones de canchas en las que yo metía los goles y la gente los celebraba con fervor.

¡¿Qué me está pasando carajo?! ¡¿Estoy flaqueando?! ¡¿Estoy sintiendo que pierdo mi fuerza propia?! Que sin ellos rodeándome ¿ya no sirvo? ¿Qué he perdido sentido? Y que tal vez, por eso, en los últimos días, ¿ni siquiera estoy pudiendo mirarme al espejo?

No, no puede ser. Yo soy yo y valgo por mí mismo, esté donde esté: ¡no dependo de nadie!, al contrario.

¡Pero actúen carajo! ¡No me dejen aquí tirado! Tanto me sacrifiqué por ustedes, tanto me juraron fidelidad y obediencia; tanto se beneficiaron de mí y ahora ¿qué hacen mierdas? ¡Mejor sigan obedeciéndome y rápido! Es lo que les conviene, se arrepentirán si no lo hacen, porque escuchen bien, lean bien: ¡yo he de volver y seré millones!

“Señor: su comida está servida”.

Cochabamba, julio 2020

Por adminrkp

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