Artículos Periodísticos

Epitafio a los “líderes de opinión”

Fernando Andrade Ruiz

Hay muchas frases hechas, nociones supuestamente consagradas – casi muletillas- que se usa con frecuencia y liberadas de objeciones. Una de ellas es la referida a los “líderes de opinión”. 

La referencia más cercana que se tiene es que el concepto apareció allá por los años cincuenta, plena posguerra, a influjo del investigador norteamericano Paul Lazarsfeld que construyó la denominada “teoría de la comunicación a dos pasos” que hacía referencia a que la eficacia de los medios y las reacciones que pueda producir en los ámbitos de recepción está mediada por una instancia de notable influencia que son los “líderes de opinión”.

En su momento, tal teoría fue considerada renovadora y crítica frente a la concepción de que los emisores – principalmente los medios de comunicación masiva- podían tener un influjo directo y determinante en las audiencias. El concepto de “líder de opinión” abarcaba no sólo a los analistas “especializados” de los mass media, sino también a cualquier persona con potencialidad de ejercer influencia en los destinatarios.

Transcurrido el tiempo, el concepto no fue cuestionado – al menos no directamente- y pasó a formar parte de los lenguajes cotidianos. “No directamente” porque desde otros flancos surgieron investigaciones y reflexiones que lo descalificaban.  El punto de partida de estas últimas estaban vinculadas con la llamada “sociología del actor” que considera que las personas, los ciudadanos, los públicos, las audiencias, no son “masas amorfas”, anodinas,  apáticas, sino que actúan en todos los procesos sociales desde sus facultades innatas, sus intereses, sus pre-concepciones y sentimientos.

Los llamados “líderes de opinión”, en este último enfoque, constituían solo un factor, entre muchos otros, a ser confrontado con la personalidad y proyectos de vida de cada una de las personas, en procesos en última instancia particulares y, por esto, sumamente complejos y quizá inabarcables. Es decir que, en última instancia, la verdadera significación de los mensajes los da la persona, independientemente de la participación o no, de factores intermediarios.

El mismo concepto de “líder” queda desubicado, si se fuese a entender a éste como aquel capaz de movilizar a la gente  por mero carisma u otras facultades individuales. Había que dar vuelta el esquema: el líder no mueve a la gente, sino a la inversa; el líder es quien tiene alguna facultad para captar las necesidades, expectativas, intereses, conocimientos, afectos y proyectos de las personas, los representa, los procesa y los devuelve, no los impone.

Los liderazgos son inevitables en toda agrupación social, pero con ese carácter representativo e interactivo, no como logro meramente individual.

La opinión, por otro lado, es el producto más propio que una persona puede generar, en consecuencia, es difícilmente “condicionable” o impuesta, por mucho que, por mediaciones de fuerza, de circunstancias o intereses inmediatos, pueda ser expresada con distorsión  e intereses externos.

Por tanto, que bajen de sus estrados aquellos que – principalmente desde los medios de transmisión pública de mensajes- consideran que tienen alto grado de influencia sobre la opinión, se jactan y usufructúan de ello. Y que también se desencanten quienes creen que aquellos concentran algún poder porque no hay tal: el único “poder” que tienen los difusores de mensajes públicos es el referido a la transmisión de información pues, eso sí, ésta es el elemento primario e indispensable para la formación de opiniones y es en tal principio que se fundamenta el Derecho de Información que tienen las personas ya que, sin éste, la opinión deambula como mala hierba sin raíces fuertes.

La responsabilidad y la formación de los llamados “comunicadores” debe dirigirse entonces y principalmente a la materia prima – la  información-, procesarla y difundirla con el mayor altruismo posible y no empaparse de paternalismos analíticos estériles, pues lo que dicen, es solamente su visión particular con la única diferencia de que tienen la oportunidad de hacerla pública. A escribir entonces un buen epitafio a los “líderes de opinión” absolutistas.

Cochabamba, noviembre 2014